Texto gramaticalmente impecable que no comunica nada

Texto que apareció reproducido por primera vez en un periódico norteamericano, el “New York Sun”. Constituye un ejemplo ya clásico, de cómo se pueden reunir centenares de palabras falsamente claras, sin decir absolutamente nada.

 

“Señor presidente, señoras y caballeros. Indudablemente constituye un grande e inmerecido privilegio el dirigirse a un auditorio como el que tengo delante. Jamás hasta hoy, en toda la historia de la civilización humana, el ingenio y el intel4ecto del hombre se han visto enfrentados y desafiados por problemas tan considerables. Echemos una ojeada a nuestro alrededor. ¿Qué divisamos en el horizonte? ¿Cuáles son las fuerzas que se hallan en acción? ¿Hacia dónde nos sentimos arrastrados? ¿Bajo qué nubarrones se oscurece el futuro? ¡Ah! amigos míos, dejando a un lado el ropaje de todo discurso humano, la prueba crucial de todos estos intrincados problemas a los que acabo de aludir, es la decidida y enérgica aplicación de aquellas leyes inmutables que a lo largo del correr del tiempo han guiado siempre la mano del hombre en continua búsqueda de la débil luz de algún faro que dé aliento a sus esperanzas y aspiraciones. Sin esos grandes principios vitales, no seríamos otra cosa que marionetas que se agitan al impulso del capricho y de la fantasía, sin lograr jamás captar el sentido oculto de nada. Debemos enfrentarnos nuevamente con estos problemas cuya respuesta y solución son cada día más urgentes. El meollo del asunto no puede eludirse. Aquí lo tenemos. Sobre ti... y sobre ti... y aun sobre mí recae todo el peso de la responsabilidad.

 

¿Cuál s entonces nuestro deber? ¿Debemos continuar permitiendo que la corriente nos arrastre? ¡No! ¡No! Con toda la fuerza de mi ser lanzo a gritos este mensaje: ¡No! No hay que dejarse arrastrar más. Hay que esforzarse en seguir adelante y hacia arriba, en dirección al último bien al cual todos debemos aspirar. Pero no puedo concluir mis observaciones, queridos amigos, sin aludir brevemente a un asunto que sé que tiene profundas raíces en lo más hondo de vuestra conciencia. Me refiero a aquel espíritu que brilla en los ojos del niño recién nacido, que anima a las masas absorbidas por su trabajo y que agita a la hueste entera de la Humanidad presente y pasada. Sin este principio estimulante, todo comercio, todo negocio y toda industria se paralizarían y desaparecerían de la faz de la tierra con la misma seguridad con que el crepúsculo carmesí sigue al dorado resplandecer del sol. Observad que no pretendo alarmar indebidamente ni desolar a las madres, padres, hijos e hijas reunidos ante mí en esta inmensa sala, pero desde luego sería un traidor a una alta resolución que té ya en los días de mi juventud si ahora, en este lugar, y con el pleno sentido de la responsabilidad que asumo, no declarara y afirmara públicamente mi dedicación y mi consagración más leal a los principios eternos y a las normas de eso que llamamos sencilla, ordinaria y corrientemente la Justicia.

 

Porque, ¿qué es en última instancia la Justicia ? ¿De dónde procede? ¿Hacia dónde va? ¿Es tangible? No lo es ¿Es ponderable? No lo es. La Justicia no es nada de eso y, sin embargo, en cierto sentido es una combinación de todo ello. Aunque no puedo deciros lo que es la Justicia , sí puedo deciros lo que sigue: que sin los brazos acogedores de la Justicia sin su égida, sin su salvaguarda, la nave del Estado navegaría a través de mares inexplorados, evitando a duras penas los escollos y arrecifes y haciendo inevitablemente rumbo hacia el puerto de la calamidad.

 

¡Justica! ¡Justicia! A ti rendimos homenaje. A ti dedicamos los laureles de nuestra esperanza. Ante ti nos arrodillamos con veneración, penetrados por tu inmenso poder y mudos ante tus inescrutables designios”.


 

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